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Anónimo {{'2022-03-22T20:19:00.000Z' | moment 'DD/MM/YY HH:mm'}} /#/ 150526

A mis 22 años, era un estudiante universitario con un pequeño pero sólido grupo de amigos. Por otro lado, mi hermana estudiaba abogacía y era popular, amasando una gran cantidad de amigos y conocidos. Vamos, era la típica a quien saludaban al menos treinta veces por día cuando iba a clases.

Cierto día, un conocido de ambos nos invitó a su fiesta de cumpleaños y aseguró que podíamos llevar hasta tres personas distintas cada uno. Yo invité a tres amigos, y mi hermana a otras tres, pasando a esperar al día en cuestión. El tiempo pasó y, finalmente, llegó el sábado de la fiesta. El cumpleañero había alquilado una casa con piscina a las afueras de la ciudad y parecía ser que todo el mundo había aceptado la invitación pues el lugar estaba repleto.

No tardé en encontrar a otros amigos y formamos un grupo de al menos diez personas en el que tomábamos alcohol y bailábamos. Mi hermana había llegado por cuenta propia y ni siquiera me había topado con ella hasta pasadas dos horas de joda. Tomé, bailé, me besé con una chica que me gustaba y jodí junto a mis amigos hasta casi las cuatro de la mañana. En ese momento, me encontraba sumamente borracho y comencé a sentir la necesidad de ir a casa. Busqué a mi hermana por todos lados y le escribí por WhatsApp hasta que finalmente di con ella, sentada en el jardín con su grupito de amigas. Quería ir con ella a casa pues sabía que no era seguro el camino de regreso, cosa que ella entendió perfectamente y aceptó.

Llamé un taxi y, tras unos diez minutos de espera, llegó y comenzó la verdadera fiesta. Mi hermana estaba casi tan (o incluso más) borracha como yo y podía notarlo por su forma de hablar cualquier cosa, reír con mis respuesta y tambalearse. A partir de cierto punto, no recuerdo muy bien cuando, noté que llevaba su mano sobre mi muslo. Apoyada, sin más. No parecía tener malas intenciones, pero estaba más arriba de lo que podía resultar cómodo. Hablé con ella para distraerle y terminé por apartar su mano, pero pudo colocarla otra vez al cabo de algunos minutos y ahí siguió durante el resto del viaje.

Poco antes de que llegásemos a casa, me dijo que quería comer helado y yo acepté, así que bajamos en la entrada de casa... pero nos desviamos en búsqueda de una heladería. Sabíamos que había un Carrefour 24 horas al que podíamos ir así que caminos en esa dirección. El trayecto fue tan raro como la mano sobre mi muslo: muchos abrazos, palabras tiernas, cosquillas y besitos a la mejilla. No me molestaba, de hecho, siempre fuimos muy cariñosos, pero esa noche se sentía raro. Diferente.

Llegamos al Carrefour y buscamos la heladera del fondo, ella tomó un cuarto de helado de chocolate y yo de frutilla. Éramos los únicos ahí dentro, así que no tardamos casi nada en volver a salir. El camino de regreso fue un tanto lento y ella aprovechó para seguir con sus tonterías. Llegado a cierto punto, me preguntó:

> ¿A cuántas besaste hoy?

A lo que yo respondí:

> Solo una, la que estudia memecomunicación social...

Ella sabía quien era pues era un secreto a voces y sonrió, pasando a felicitarme. Luego se dedicaría a más preguntas sobre el tema: ¿Te gustó? ¿Besa rico? ¿Le agarraste las nalgas? Algunas preguntas eran muy subidas de tono, y de seguro no habría respondido a muchas de ellas estando sobrio, pero ese no era el caso. En más de una ocasión pude notar que mordía sus labios ante mis respuesta y eso... y eso me gustaba.

Cuando llegamos a casa (vivíamos en un departamento, realmente. Éramos unos mantenidos de nuestros viejos mientras estudiábamos) ella me propuso ver una serie mientras comíamos el helado. Acepté y fuimos a su habitación para terminar colocando un capítulo aleatorio de Breaking Bad. No habíamos superado la línea de los 10 minutos cuando ella propuso sacar una de las botellas de ron que teníamos guardadas y jugar a verdad o reto. Nuevamente, acepté. El juego comenzó y ella me dio a elegir: verdad o reto. A lo que elegí verdad.

> ¿Te gustaría que memecomunicadora te la chupe?

Sorprendido, pero liberado por los efectos de la fiesta respondí:

> Si, tiene lindos labios

Ella sonrió y pasó el turno. Verdad o reto, pregunté yo. Ella eligió reto.

> Escupe tu mano y pásala por el cabello.

Le ordené y ella lo hizo sin titubear.

En su segundo turno, elegí reto. Ella me retó a dejar que me diese una cachetada. Accedí y me cacheteó con fuerza, cosa que me enojó un toque. Ahora, fui yo quien le retó y le pedí que me lamiera la axila (creyendo que se negaría a ellos). Pero no, me pidió que me subiera la manga corta y lamió mi axila.

Los retos siguieron escalando en asquerosidades o cosas bochornosas hasta que finalmente me retó a oler una de sus panties usadas. Lo hice, no dudé, de hecho... quería. Mi siguiente reto era algo que estaba convencido acabaría con la noche:

> Muéstrame tus tetas

Ella, sonriente... Se subió la blusa y desabrochó el sostén, terminando por dejarlo en la cama. Sus tetas, ahora expuestas, eran hermosas. Eran grandes (algo que nunca había pensado con detalle, pero que sin duda alguna ya sabía) y tenía un par de lunares en una de ellas. No las ocultó, simplemente se quitó la blusa y me pidió seguir. Elegí reto y ella me ordenó que le mostrase mi pene.

Fui más lento, eso seguro, pero finalmente me quité el pantalón y dejé que viera mi pene. Estaba a media erección, pero la calentura del momento no tardó en levantarlo por completo.

> Te reto a que lo toques

Le dije y ella se acercó, tomando mi pene firmemente con su mano derecha. El juego no siguió más, pero si las intenciones. Yo me dejé caer sobre la cama y pude sentir como mi corazón latía a mil por segundo. No era virgen, pero estar con ella era algo completamente distinto. ¿Y si nos descubren? Pensé, pero no. Vivíamos solos, nadie iba a descubrirnos. Esa duda no desapareció.

Mi hermana se colocó sobre mi mientras me masturbaba, muy lento. No apartaba la mirada y se relamía. No soporté más y le aparté la mano del pene, luego le sujetaría por la cintura y besaría. Tenia aliento a vodka y ron, contrastando a mis cervezas y ron, pero no me interesó. Detuve el beso y pasé a chupar sus tetas con furia cegadora. No sé cuanto tiempo pasé ahí, pero ella terminó alejándose para poder chupar mi pene.

Lo hacía muy bien. Demasiado bien. Comenzó lento, pero mis manos le obligaron a ir rápido, con rabia. Era capaz de metérsela toda, hasta que uno de sus labios tocaba mis testículos. Hacía ruidos de ahogada cada que llegaba al fondo y babeaba a cantaros. Me encantaba.

> ¿Tienes condones?

Y ella afirmo, buscando una caja sin usar en la mesita de noche. Tardó muy poco en sacar uno y colocármelo. Fui entonces cuando se quitó la pollera, apartó su pantie y se sentó lentamente sobre mi pene, tomándolo para asegurarse de que no entrase todo al instante. Yo le sujeté con fuerza por la parte baja de la espalda y le obligué a estar acostada sobre mi pecho. Ahí, sintiendo el calor de su interior, comencé a penetrarle una y otra vez.

El acto finalizó al cabo de tres minutos, cuando finalmente eyaculé en el condón. Nos quedamos abrazados, jadeando durante otros cinco minutos más.

> ¿Quieres dormir aquí?

Me preguntó y yo acepté sin dudarlo. Fui al baño para desechar el condón y orinar. Cuando volví, ella me esperaba acostada en la cama, sonriendo. Me acosté junto a ella y le pregunté:

> ¿Qué estamos haciendo?

Ella simplemente me mandó a callar y dijo:

> No le des bola, mañana arreglamos esto.

Dormimos abrazados y despertamos con un dolor de cabeza increíble. Nos ignoramos el uno al otro durante casi todo el día hasta que, finalmente, la cabeza estaba tan estable como para hablar. Ella me dijo que lo hecho le daba igual, siempre que nadie se enterase. Sabía que nuestros amigos, padres y familiares nos matarían. Yo coincidí con ella.

Desde entonces es algo habitual en nuestras vidas.

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