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>>244061
>Uróboros
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La mano atrapó de nuevo al gladiador y lo sacó del cuerpo. Pero no importa cuanto presionó, el resultado no fue el mismo, como si las leyes de la realidad y la metafísica evitasen que fuese destruido. El avatar asimiló el anterior daño, volviéndose inmune al hecho de ser aplastado por una mano gigante. Aunque pudo ser aplastado por otras cosas.

Se convirtió en niebla y apareció sobre el brazo. Enterró el machete en la carne y corrió a toda velocidad hacia arriba, dejando una franja con su núcleo. En la altura del antebrazo volvió a hacerse intangible y se sumergió en el coloso. Subió abriéndose paso a la fuerza, pasando por el hombro e internándose en el cuello hasta llegar a la boca. Con varios cortes cercenó la lengua y de una patada desencajó un colmillo. Tomó el diente material con ambos brazos y se esfumó...

El guerrero apareció en la cima del cumulo de concreto, con el colmillo cargado sobre su hombro. Fue lo más grande que tuvo a mano así que lo utilizó. Con ambas manos lo alzó sobre su cabeza y lo arrojó contra e rostro de la criatura.

Todos los seres vivos a su alrededor se mantuvieron visibles gracias a sus auras. Sin embargo el avatar poca razón tuvo para salvarlos, el miedo que desea viene de los poderosos y su hostilidad está dirigida a los corazones impuros.

...

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Las paredes hambrientas manipularon el espacio de la mansión. Cuando cruzó la primera muerta, el chico no se encontró en el vestíbulo, sino en el estudio de ambiente confortable. La dama del dolor aguardó sentada en un sillon frente la chimenea. El reptil indestructible estuvo recostado frente sus pies, un poco más gordo que la anterior semana. La señora de la casa sostuvo un libro entre sus dedos. Con voz tranquila empezó a recitar:

Hubo aquí un valle antaño, callado y sonriente,
donde nadie habitaba:
partiéronse las gentes a la guerra,
dejando a los luceros, de ojos dulces,
que velaran, de noche, desde azuladas torres,
las flores, y en el centro del valle, cada día,
la roja luz del sol se posaba, indolente.
Mas ya quien lo visite advertiría
la inquietud de ese valle melancólico.
No hay en él nada quieto,
sino el aire, que ampara
aquella soledad de maravilla.
¡Ah! Ningún viento mece aquellos árboles,
que palpitan al modo de los helados mares
en torno de las Hébridas brumosas.
¡Ah! Ningún viento arrastra aquellas nubes,
que crujen levemente por el cielo intranquilo,
turbadas desde el alba hasta la noche,
sobre las violetas que allí yacen,
como ojos humanos de mil suertes,
sobre ondulantes lirios,
que lloran en las tumbas ignoradas.
Ondulan, y de sus fragantes cimas
cae eterno rocío, gota a gota.
Lloran, y por sus tallos delicados,
como aljófar, van lágrimas perennes.

Cerró el libro.

"Se titula el valle intranquilo, de Edgar Allan Poe" Se levantó y miró al humano. "Bienvenido a mis dominios, Simón. ¿Cómo te sientes?" Preguntó con una sonrisa amable que resultó fuera de un lugar en su rostro lleno de clavos. "Confío que estes mejor... Tu hermana debe venir en camino. Las paredes seguramente le avisaron de tu despertar"

Cierto es que un mensaje escrito con sangre surgió en las paredes de la habitación de Samantha, pidiéndole que se dirija al estudio lo más pronto posible.

...

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Con voz tranquila indicó la ubicación de la calle donde actualmente reside.

"No puedes ir" Dijo referente a su mansión. "Sin orden de mi hermana mayor, es imposible" Dijo mientras ojeó un libro de cuentos que tomó de la biblioteca. "¿Exactamente de qué tratamiento hablas?"

Notó la mirada inquisitiva de la rubia pero decidió ignorarla. Lo que si atrajo su atención fue el corte deliberado que la mujer se hizo... Recordó a los verdugos de la bestia lunar y el señor de las plagas, frunció el ceño. También se percató cómo algo picó su rostro.

"Deja de hacer lo que seas que andes haciendo" Fulminó, irritada.

Bajó del coche.

"Adiós" Se despidió de forma seca de Melissa y caminó hasta la mansión. Las rejas exteriores se abrieron automáticamente a su paso. Tomó asiento en el vestíbulo y continuó la lectura hasta el próximo día.

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