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nadie tiene en tetas?
>>838705
t. Joder mi piso!
>>838591 (OP)
Pero el perro es mío, así que lo pagaría por el retraso de mi perro, es más, le daría las gracias al sujeto por haber estacionado el auto ahí, ya que salvó mi perro
>>1544629
>>1544632
Hago la pregunta porque ya tengo listos los antecedentes, solo me falta la Visa para irme demasiado.
Also mi pap— er un conocido que tenia registrada violencia domestica (Una exageración pero igual se presentaron cargos) quedo con los antecedentes limpios; no sabemos que paso (Yo asumo que los cargos no estaban bien registrados).
>>1544063
yo a la derecha abrazando a la carajita
no es de mi autoria pero al hablarle a una amiga de que pensaba escribir algo me mando este relato lo considere interesante.
La noche era muy fría y ventosa. Carlos Bejarano, más conocido como “Carlitos” por todos en la redacción del diario “Últimas noticias”, caminaba por las desiertas calles de Lima, mascando su rabia. Con apenas 24 años, pensaba si no se había equivocado de profesión:
Desde hacía dos años trabajaba con verdaderos “pesos pesados” de la prensa amarillista nacional, y los únicos encargos periodísticos que recibía eran hacer reportajes estúpidos que nadie quería hacer, como el que tenía entre manos: averiguar todo lo que se pudiese sobre una pelea entre campesinos, en un pueblo a las afueras de Lima.
“Acá dice que un japonés es acusado por todo el pueblo de hacer brujerías con sus animales” -leyó el jefe de prensa, a la vez que le entregaba la nota enviada por un periódico amigo-, “fueron todos a quemarle su casa y él se defendió con una espada samurai: puedes sacar una nota bien “sazonada” con eso”.
Los otros reporteros recibían encargos como entrevistar a políticos en la clandestinidad, peligrosas investigaciones sobre corrupción en el gobierno militar, e incluso, pícaras entrevistas con sesión de fotos a alguna vedette, y a él le daban esa ridiculez.
Las risas de todos los reporteros casi hicieron venirse abajo las vetustas paredes del viejo edificio dónde estaba el periódico.
“¡Acábalos tigre!” – le dijo a la vez que soltaba un fuerte manotazo en la espalda el reportero de policiales.
“Y de paso tráenos fruta, jajajaja” –agregó burlonamente un veterano reportero de pelo canoso.
Carlitos no dejaba de pensar en renunciar mientras se dirigía a su pensión en el centro de Lima. La fría noche hizo que se abrigase mientras pasaba por un retén militar; era el año 1973 y con los militares en el poder, la ciudad parecía asediada. Su salvoconducto le permitió una vez más seguir su camino.
“¡Cualquier reportero del mundo mataría por trabajar acá ahora y yo tengo que investigar tonterías!” – pensaba -, “bueno, al menos por un día, me alejaré de este clima del asco”.
El aire cálido del valle costeño le dio de lleno en la cara cuando descendió del destartalado ómnibus. El pueblo era como cualquiera del llamado “Sur chico”; casas de adobe, calles de tierra y uno que otro campesino montado en burro atravesándolas. Según sus notas, el japonés del lío ese era un hombre ya entrado en años, venido de su país al acabar la Segunda Guerra.
Al preguntar a los lugareños por el domicilio de Nakatoshi Oda recibió todo tipo de respuestas:
“…Ese viejo miserable le mató tres corderos a mi cuñado”-, le dijo uno.
“Tiene pacto con el diablo”-, agregó el cura.
“Seguridad del Estado debería llevárselo” -, declaró un Guardia Civil.
Una rara mezcla de odio y miedo se notaba en todas las declaraciones recogidas. Un apodo más bien, era usado por todos:
“el japonés loco”.
Tras recabar el testimonio del comisario, Carlitos se dirigió al otro lado del pueblo, donde se hallaba la casa del nipón. La autoridad policial le aclaró en algo el panorama: Oda, era un taxidermista -la parecer uno muy bueno, casi genial-, al cual el pueblo veía por eso con recelo.
La pérdida de animales en el pueblo, seguro robados por delincuentes, le fueron achacados por todos a Oda, azuzados por algún envidioso. Pensando en que el reportaje no valía para nada el tiempo invertido, Carlitos Bejarano se detuvo viendo sus apuntes frente a la casa de Oda. Era muy fácil dar con ella: era la más grande y bien cuidada, comparándola con las demás.
La puerta apenas se abrió después de que tocase un buen rato. Un canoso y nervioso oriental apenas se dejó ver a través de la puerta:
“¡ya dije todo a detective!...” –Dijo en un muy pasable español-, “¡váyase!”. Carlitos había decidido hacer bien su trabajo, así que usó algunos artilugios aprendidos en el diario; mintiendo descaradamente, le dijo a Oda que estaba escribiendo un libro sobre extranjeros exitosos viviendo en el Perú.
“Colonia japonesa no quererme” –replicó el japonés-, “¡no participaré!”.
Bejarano continuó diciendo que no venía de parte de la colonia de residentes japoneses; dijo que venía por encargo del gobierno, dada su fama de experto taxidermista.
Nakatoshi Oda mordió el anzuelo: Carlitos sabía lo respetuosos que son los nipones con respecto a la autoridad. La puerta de la casa se abrió para él, aunque la mirada inexpresiva de Oda no cambió un ápice.
Ya sentados en la sala, el reportero vio sorprendido su trabajo: sentado frente a una diminuta mesa, con una taza de té en las manos, Carlitos no podía dejar de extasiarse con lo que veía: decenas de animales de todos los tipos lo rodeaban.
Jaguares selváticos, venados, aves de todo tipo y un oso de anteojos, perfectamente disecados, le parecían observar... Parecía que esos animales estuviesen vivos.
Su anfitrión gradualmente le comenzó a hablar de su arte, del tiempo que llevaba viviendo en el pueblo, y también de lo sucedido hacía unos días con los lugareños. Se notaba que el nipón no había recibido una visita en años, ya que se esforzaba por mantener interesado a su joven entrevistador.
Oda veía complacido cómo el joven ese tan simpático llenaba su libreta con cada palabra que él decía. Al pasar las horas, el té verde dejó paso a unos excelentes piscos y macerados de frutas que se producían en el valle. Carlitos comenzó a tener mayor interés en aquel viejo solitario cuando le comenzó a contarle que había peleado en la guerra, en el Ejército Imperial japonés.
Los ojos del joven comenzaron a abrirse al escuchar las historias que salían de los labios arrugados de Oda. Su lápiz volaba por el papel al escribir datos tras datos que le parecían dignos de tomarse en cuenta.
La noche avanzaba, los animales disecados de la sala lanzaban tenebrosas sombras que se alzaban por las paredes hacia el techo de la sala, iluminada apenas por la luz de una trémula lámpara de querosene. Carlitos no tenía miedo; se reía por efectos del alcohol, de las hilarantes y picarescas anécdotas de Oda en un burdel chino durante la guerra.
Carlitos la estaba pasando de lo mejor, pero tuvo que despedirse de Oda al ver que ya era tarde y que no encontraría forma de volver a Lima.
Mientras regresaba por la carretera, el joven pensaba en si estaba bien o no haber seguido con la farsa: había prometido volver el próximo fin de semana para continuar el “reportaje” a su nuevo amigo.
Pensó en que tal vez hacía bien al amenizar los últimos días de un pobre viejo solitario. Él también era un solitario, y había disfrutado la velada y las bebidas; además, regresaba a casa con un espléndido regalo: Oda lo había convencido de aceptar un precioso bonsái.
A partir de ahí, todos los domingos, por tres meses meses, Carlitos Bejarano visitó a Oda, iniciando sus tertulias al mediodía, y acabándolas muy tarde en la noche. El japonés nunca supo del motivo que trajo a Bejarano a su casa: la nota fue tan aburrida que jamás se publicó en “Últimas noticias”.
El reportero no dijo a nadie dónde iba, por lo que en el diario pensaban que tendría algún amorío o algo así: siempre llegaba los lunes a la redacción con unas tremendas resacas. Las tertulias entre el periodista y el japonés comenzaron a cambiar cuando Oda comenzó a tener más confianza en el muchacho.
En una de ellas, le reveló su gran secreto: Oda sirvió en una unidad especial del ejército nipón en China. A Carlitos nada le decían los nombres “Operación Maruta”, “Escuadrón 731”, “Fortaleza Zhongma”, “Unidad Wakamatsu” o la ciudad de Harbin,… Nadie sabía nada de eso en 1973, pero en vez de aterrarse, Carlitos quedó hipnotizado por sus revelaciones: hablaba de experimentos secretos en personas, horrendas disecciones sin anestesia y un inmenso cúmulo de horrores sin fin.
>>838609 (OP)
El economista argentino, qué contradicción
>>838609 (OP)
No es algo de "zurdos", la mayoría de las personas siente aversión por lo que demuestre que sus visiones personales de la realidad pueden estar equivocadas.
Ahora, si te refieres a la lógica como disciplina de estudio, solo los filósofos y los matemáticos ahondan en eso. No los economistas y menos los políticos de profesión. Es una disciplina difícil.
Pero viendo la imagen que posteas, yo creo que no eres más que un termocéfalo que confunde "lógica" con "sentido común".
aca las feminazis culparian a los hombres
>>1544598
Honestamente, deberías escanearlo y botar el cuaderno pal coño.