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>Tilea y Regen
La oscuridad les envuelve. Los sentidos se limitan. El mundo se retuerce en un segundo y un espacio único los acoje. Hay que alzar la cabeza para presenciar lo alto de la catedral, allí en la cima del umbral se encuentra un ventanal circular por donde entra un sol cálido y gentil. El lugar es amplio y se extiende hacia adelante, con sus pilares góticos, velas negras encendidas, y suelo con sus paneles de concreto agrietados o levantados por raíces de arboles que entran en las paredes, suben por el interior y revelan sus copas frondosas.

"Estamos en la Catedral de la Inocencia. Es la primera parada para todos los forasteros que llegan al santuario por casualidad, O idiotez" Explica Regen, observando con desprecio a las personas cubiertas por mantas, derrumbadas en los bancos de la iglesia esperando a que la muerte de las lleve. "Me adelantaré para buscar una monja"

Tilea acepta que se vaya. Ese lugar se rige por un extremo protocolo y la Von Karma no planea perder años allí intentando meter dos crías, y una metida a la que nadie llamo.

"¿Tienen hambre? Me gustaría un aperitivo" Tilea camina hasta una de las figuras derrumbadas, que seguramente ya perdieron la esperanza y por eso se lanzaron a perecer en el suelo. La Von Karma toma a uno del cuello, un hombre desnutrido que quizás alguna vez fue apuesto. La lolita lo alza como si fuese un muñeco de trapo y le entierra los dientes en el cuello. La sangre brota a montones y se derrama manchando el suelo. El hombre convulsiona por el dolor y la sorpresa. Sus espasmos disminuyen mientras la vida se le escapa. Su cuerpo se degrada a un ritmo apresurado, más que la sangre, la lolita le arrebata su energía vital. Queda como una momia, sin ojos, con la piel vuelta cuero seco y los huesos marcados. Tilea lo arroja contra una pared y lo hace estallar en polvo. "¡Puaj! Una comida de quinta. Esto me pasa por glotona y no esperarme a llegar a mi casa.

Hace aparecer una servilleta y se limpia la sangre de la boca. No toda. Deja que sus labios brillen con ese peculiar tono escarlata que tanto le gusta. Observa su reflejo en el charco de sangre y lanza besos para ver como le queda. Está divina. Tilea posee una belleza peculiar que salta a la vista.

"Si tiene hambre tomen al que mas le guste, esa de allí no esta tan mal... ¿O prefieren otra cosa? Creo que tengo una moneda por aquí" Mete sus dedos por su vestido, en el area del pecho, rebusca allí y saca un par de monedas forjadas con un metal oscuro. En un lado tiene una V. Del otro hay grabado un cuchillo y tenedor. "¡Es una moneda del almuerzo! El tesorero me la dio por buen comportamiento... Jum, pueden quedarse con estas dos. Como su nombre indican se convierte en su comida favorita. Sosténganla entre sus dos manos y piensen en lo que más les gustaría comer. El platillo surgirá de la moneda. No dejen caer los platos o las monjas se enojaran"

Les arroja las dos a las crías. Para Yukihime no hubo nada, porque es adulta y Tilea cree que a esas alturas debería conseguir sus propias monedas.

Tienen que pasar un bosquecito donde las cercanas paredes están bañadas de musgo. De agujeros en el suelo salen seres-hongos con cara de pocos amigos. Son un poco más altos que los niños, pero son muy bajitos en comparación a un adulto normal. Los niños-champiñones empiezan a empujar a Yukihime. Hay un montón de ellos, cuatro, siete, diez... Buscan intimidarla, empujarla, pero no son muy buenos en eso y terminan tropezando entre ellos, cayéndose y pataleando para volverse a poner de piel.

"Puedes pegarles si quieres" Aconseja Tilea con una mano cubriendo su sonrisa mal intencionada. La lolita supone que los padres no tardaran en aparecer.

Tilea se toma su tiempo para dirigirse al sitio donde deben ir. En el camino hay bastante despojos de personas echos ovillos en las esquinas en espera de un padioso final. Está paseando, disfrutando del paisaje, y por eso cambia de rumbo cada dos por tres. Hasta que se aburre y decide ir a ver si Regen resolvió todo.

El centro de aduanas y controles, es la habitación central de la Catedral de la Inocencia. Conecta con las demás recamaras de la iglesia y es donde más se concentra la actividad. Una escalera asciende por las paredes formando un espiral, los escalones están ocupados en una cola que no parece moverse. En el centro de la habitación la gente se reúne en muchedumbres, habla entre ellos, se mueve, busca que hacer o qué comer, la diversión, o en qué mantenerse distraído para conservar la cordura.

Se puede distinguir lo que llevan mucho tiempo de los que no superan el mes... Solo hay que ver sus expresiones. Unos están llenos de ira y determinación. Los otros tienen la desesperación y el miedo retratado.

Las personas se acuestan o sientan en los largos bancos de iglesia. No hay un sitio claro donde dormir porque las monjas impiden que construyan cualquier cosa, aunque si les aportan mantas. Las monjas también le dan de comer, pero siempre es la misma pasta de champiñones y frutas, acompañada con un vaso de agua de manantial. Algunos visitantes estuvieron en el punto de vomitar simplemente viendo el tazón de la dichosa pasta. Pero entre más tiempo pasaron allí, dejaron de intentar encontrar sabor y variedad, y se limitaron a tragar.

Una anciana desnutrida, de piel insana, y desdentada, se acerca corriendo hacia Reiwa y toma sus manos sin permiso. Empieza a saltar con una gran sonrisa hueca en la cara. Lleva harapos que se rasgan por sus bruscos movimientos.

"Anda, pero si es Matusalén... En verdad no se llama así... Eh... No recuerdo cómo se llama" Tampoco le importa descubrirlo. "Matusalén es un apodo cariño que le puse porque ella y su hermano son los que más tiempo llevan aquí"

Un viejo igual de esquilado por el destino se acerca, aunque con movimientos lentos y débiles, como si se fuese a romper en cualquier momento. Busca alejar a su hermana de la niña, pero la anciana se niega.

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