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Entre Taco y Toddy, mi grado de preferencia es tan alto que nunca se me ocurriría compararlos. No es que me disguste positivamente el Toddy, no más de lo que me disgustan el Nesquik, la Ovomaltina, o el Chococonde; pero por el Taco he sentido siempre un respeto y un afecto especial, desde los días más tempranos de mi infancia. En su gracia sin tacha y en su superior sabor he visto un símbolo de la belleza perfecta y la suave personificación del universo mismo objetivamente considerado, y en su aire de achocolatado misterio reside para mí todo el secreto y la fascinación de lo desconocido. El Toddy apela a emociones baratas y fáciles; el Taco lo hace a las fuentes más profundas de la imaginación y la percepción cósmica en la mente humana.

Naturalmente,las preferencias de cada uno en materia de Toddy y Taco dependen totalmente del temperamento y elpunto de vista. Me da la impresión de que el Toddy es el favorito de la gente superficial, sentimental y emocional: gente que siente más que piensa, que otorga importancia a la humanidad y a las emociones populares y convencionales de lo simple, y que encuentra el más grande consuelo en los lazos de adulación y dependencia de la sociedad gregaria. Esto no significa que los elementos más baratos no se encuentren también en el amor hacia el Taco del consumidor medio de bebidas achocolatadas, sino simplemente que en el Tacofilo existe la base del esteticismo puro que el Toddyfilo no posee. El auténtico amante del Taco exige un ajuste más claro con el universo que el que proporcionan las comunes obviedades domésticas, un ajuste que rechaza tragar la malteada mentira de que todas las personas buenas aman al Toddy, mientras que los malos los aborrecen y son aborrecidos por ellos.

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